14 de diciembre de 2012

Entre pestañeos y miradas

Entre pestañeos y miradas

Resulta extraño como fui aprendiendo a encontrarte entre las curvas y rectas de las letras. Reconozco que en la "a", que es universalmente la primer vocal aprendida, busco la forma única de tus labios, que se exponen con suavidad como el sutil canto de quien  comienza a atisbar un lenguaje.

He aprendido a dibujar en la sinergia perfecta de la "o" el contorno de tus ojos, que me absorben como un par de umbrales hacia el limbo del misticismo.

Me tomé la libertad de encontrar en la "e" la magia de tu sonrisa, que como un hechizo se pulveriza sobre mi piel contagiándome de un benigno virus de seducción.

Confieso que se me hizo fácil encontrar la sensualidad y elegancia de tu postura en la figura estilizada de la "i", se derrumba mi cuerpo por la debilidad contundente que me provoca imaginar mis labios destruyéndose dulcemente en tu efigie altiva.

Y a estas alturas de la noche, no me apena garabatear que he aprendido a cobijarme con la "u" como si se tratase del instante en que me escondo entre la delicadeza de tu cabello y su febril aroma.

Sencillamente no me pesa reconocer que he ligado un fascinante detalle de ti en cada letra del abecé, pues es uno de los modos de verte, delineando tu presencia con letras flotantes sobre relieve.

Me despido del bostezo dibujando sobre la ventana una pregunta, que espero pueda ser llevada a ti por la neblina del amanecer: “¿Será posible que me obsequies dos o tres, dieciocho u ochenta imágenes más, de ti?” y justo cuando estoy a punto de tumbarme sobre mi precario lecho, recuerdo pintarte un “porque” de mi solicitud: Por qué las imágenes que me compartiste se están desgastando entre mis pestañeos y miradas.

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