3 de octubre de 2013

OBSOLESCENCIA PROGRAMADA


En la sociedad de consumo, las estrategias de publicidad y la obsolescencia programada mantienen los consumidores atrapados en una especie de trampa silenciosa, un modelo de crecimiento económico basado en la aceleración del ciclo de acumulación de capital (producción-consumo-más producción). Mészáros (1989, p.88) dice que vivimos en una sociedad desechable que se basa en la “tasa de uso decreciente de los bienes y servicios producidos”, es decir, el capitalismo no procura la producción de bienes durables y reutilizables (en otras palabras: produzcamos como locos, vendamos y al final, desechemos todo). 


La publicidad es el instrumento central en la sociedad de consumo y una gran motivación para nuestras elecciones, ya que generalmente es a través de ella que se presentan los productos por los que pasamos a sentir necesidad. La función de la publicidad es persuadir convenciendo de un consumo dirigido, un ciclo concreto de:
 Trabaja-Compra-Consume-Muere
 


Para aumentar las ventas, trabajan duro con la finalidad de convencer a los consumidores de la necesidad de productos superfluos. Es lo que Bauman (2008) llama “la economía del engaño“. Para Latouche (2009, p.18), “la publicidad nos hace desear lo que tenemos y despreciar aquello que ya disfrutamos. Ella crea y recrea la insatisfacción y la tensión del deseo frustrado”.
Para mover esta sociedad de consumo precisamos de consumir todo el tiempo y desechar nuevos productos para sustituir a los que ya tenemos – ya sea por falla, o porque creemos que surgió otro ejemplar más desarrollado tecnológicamente o simplemente porque pasaron de moda. Serge Latouche, en el documental Comprar, tirar, comprar, dice que nuestra necesidad de consumir es alimentada en todo momento por un trío infalible: la publicidad, el crédito y la obsolescencia.



En la década de 1950, la obsolescencia programada resurgió con el objetivo de crear un consumidor insatisfecho, haciendo así que siempre deseara algo nuevo, utilizando actualmente el consumo desmedido como sinónimo de felicidad en aras del American way of life.


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