En el año 2002,
Clint Mathis, estrella del futbol de Estados Unidos, anunció que su
selección iba a ganar el campeonato del mundo. Era lógico, era natural,
como él explicó, "porque nosotros somos el país líder en todo". El país
líder en todo entró en octavo lugar.
En el futbol ocurren
cosas raras. En un mundo organizado para la cotidiana confirmación del
poder de los poderosos, nada hay más raro que la coronación de los
humillados y la humillación de los coronados; pero en el futbol, a
veces, esa rareza se da.
Sin ir más lejos, en
el año 2004 un club palestino fue campeón de Israel, por primera vez en
la historia, y por primera vez en la historia un club checheno fue
campeón de Rusia. Y en la Olimpiada de Grecia, la selección de futbol de
Irak, en plena guerra, venció varios partidos y llegó a disputar las
semifinales del torneo, de sorpresa en sorpresa, contra todo pronóstico y
contra toda evidencia, y fue la número uno en el fervor popular.
* * *
El club árabe Bnei
Sakhnin y el club checheno Terek Grozny, flamantes campeones de Israel y
de Rusia, tienen algunas cosas en común con la selección nacional de
Irak.
Se trata de equipos
que de alguna manera representan a pueblos que no tienen el derecho de
ser lo que quieren ser, que padecen la maldición de vivir sometidos a
banderas ajenas, despojados de su soberanía, bombardeados, humillados,
empujados a la desesperación.
Y por si todo eso
fuera poco, los tres son equipos modestos, desconocidos o casi, sin
ningún jugador famoso, y pobres. En realidad, ni siquiera tienen
estadio. Nunca juegan en casa, nunca son locatarios. Son equipos
errantes, condenados a jugar en tierras extrañas y ante tribunas vacías.
En la aldea de Sakhnin, en Galilea, nunca hubo un estadio ni cosa
semejante, aunque el gobierno israelí lo ha prometido varias veces. El
Terek jugaba en el estadio de Grozny, que está clausurado desde que los
independentistas chechenos colocaron, allí, una bomba bajo la butaca del
presidente impuesto por los rusos. Y en Irak sólo hay campos de
batalla. Ya no quedan campos de futbol. Las tropas de ocupación, que a
esta altura han olvidado ya los pretextos de su invasión criminal, han
convertido los espacios deportivos en hospitales o en cementerios. Donde
estaba el estadio de Bagdad, hay ahora una base militar que alberga
tanques de Estados Unidos. La selección iraquí entrenó en campos donde
pastaban los rebaños de ovejas.
* * *
No es un milagro
químico. Están dopados por el entusiasmo y la alegría. Mejor dicho:
dopadas. Los once jugadores de cada equipo son mucho más que once. Mejor
dicho: las once jugadoras. En ellos, juega un gentío. Mejor dicho: en
ellas. Estos son rituales de afirmación de los humillados. Mejor dicho:
las humilladas.
Poquito a poco, el
futbol de las mujeres ha ido ganando un espacio en los medios dedicados a
la difusión de ese deporte de machos para machos, que no sabe qué hacer
con esta imprevista invasión de tantas señoras y señoritas.
A nivel profesional,
el desarrollo del futbol femenino encuentra, hoy por hoy, cierta
resonancia. Pero no encuentra eco ninguno, o despierta ecos enemigos, en
el juego que se practica por el puro placer de jugar.
En Nigeria, la
selección femenina es un orgullo nacional. Disputa los primeros lugares
en el mundo. Pero en el norte musulmán los hombres se oponen, porque el
futbol invita a las doncellas a la depravación. Pero terminan por
aceptarlo, porque el futbol es un pecado que puede otorgar fama y salvar
a la familia de la pobreza. Si no fuera por el oro que promete el
futbol profesional, los padres prohibirían esas ropas indecentes
impuestas por un satánico deporte que deja a las mujeres estériles, por
lesión de juego o castigo de Alá.
En Zanzíbar y en
Sudán, los hermanos varones, custodios del honor de la familia, castigan
con palizas esta loca manía de sus hermanas que se creen hombres
capaces de patear una pelota y que cometen el sacrilegio de descubrir el
cuerpo. El futbol, cosa de machos, niega a las mujeres campos de
entrenamiento y de juego. Los hombres se niegan a jugar contra las
mujeres. Por respeto a la tradición religiosa, dicen. Puede ser. Además,
ocurre que cada vez que juegan, pierden.
En Bolivia, al otro
lado del mar, no hay problema. Las mujeres juegan al futbol, en los
pueblos del altiplano, sin desnudar sus numerosas polleras. Se
meten encima una camiseta de colores y ahí nomás se ponen a hacer goles.
Cada partido es una fiesta. El futbol es un espacio de libertad abierto
a las mujeres llenas de hijos, abrumadas por el trabajo esclavo en la
tierra y los telares, sometidas a las frecuentes palizas de sus maridos
borrachos. Juegan descalzas. Cada equipo triunfante recibe de premio una
oveja. El equipo derrotado, también. Estas mujeres silenciosas ríen a
las carcajadas todo a lo largo del partido y después siguen muriéndose
de la risa todo a lo largo del banquete. Festejan juntas, vencedoras y
vencidas. Ningún hombre se atreve a meter la nariz.
FUTBOL CON BALON EN LLAMAS
En Indonesia la práctica del futbol tiene una variación sumamente
singular, pues el balón con el que se juega, un coco, se enciende para
que el fuego y las llamas lo rodeen. Este manera de jugar al futbol
tiene un elemento ritual y es casi exclusiva de la fecha en que alguien
cumple años; asimismo, se lleva a cabo recubriendo previamente la piel
con una mezcla de sal y hierbas para evitar las quemaduras.
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