24 de junio de 2013

COSAS RARAS DEL FÙTBOL

IRAQ-DAILY LIFE-63
En el año 2002, Clint Mathis, estrella del futbol de Estados Unidos, anunció que su selección iba a ganar el campeonato del mundo. Era lógico, era natural, como él explicó, "porque nosotros somos el país líder en todo". El país líder en todo entró en octavo lugar. 
 
En el futbol ocurren cosas raras. En un mundo organizado para la cotidiana confirmación del poder de los poderosos, nada hay más raro que la coronación de los humillados y la humillación de los coronados; pero en el futbol, a veces, esa rareza se da.
Sin ir más lejos, en el año 2004 un club palestino fue campeón de Israel, por primera vez en la historia, y por primera vez en la historia un club checheno fue campeón de Rusia. Y en la Olimpiada de Grecia, la selección de futbol de Irak, en plena guerra, venció varios partidos y llegó a disputar las semifinales del torneo, de sorpresa en sorpresa, contra todo pronóstico y contra toda evidencia, y fue la número uno en el fervor popular. 
 
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El club árabe Bnei Sakhnin y el club checheno Terek Grozny, flamantes campeones de Israel y de Rusia, tienen algunas cosas en común con la selección nacional de Irak.
Se trata de equipos que de alguna manera representan a pueblos que no tienen el derecho de ser lo que quieren ser, que padecen la maldición de vivir sometidos a banderas ajenas, despojados de su soberanía, bombardeados, humillados, empujados a la desesperación.
Y por si todo eso fuera poco, los tres son equipos modestos, desconocidos o casi, sin ningún jugador famoso, y pobres. En realidad, ni siquiera tienen estadio. Nunca juegan en casa, nunca son locatarios. Son equipos errantes, condenados a jugar en tierras extrañas y ante tribunas vacías. En la aldea de Sakhnin, en Galilea, nunca hubo un estadio ni cosa semejante, aunque el gobierno israelí lo ha prometido varias veces. El Terek jugaba en el estadio de Grozny, que está clausurado desde que los independentistas chechenos colocaron, allí, una bomba bajo la butaca del presidente impuesto por los rusos. Y en Irak sólo hay campos de batalla. Ya no quedan campos de futbol. Las tropas de ocupación, que a esta altura han olvidado ya los pretextos de su invasión criminal, han convertido los espacios deportivos en hospitales o en cementerios. Donde estaba el estadio de Bagdad, hay ahora una base militar que alberga tanques de Estados Unidos. La selección iraquí entrenó en campos donde pastaban los rebaños de ovejas. 
 
Humo de las explosiones mortales se alza cerca del estadio de Bagdad durante el juego Irak-Liberia el 27 de mayo

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No es un milagro químico. Están dopados por el entusiasmo y la alegría. Mejor dicho: dopadas. Los once jugadores de cada equipo son mucho más que once. Mejor dicho: las once jugadoras. En ellos, juega un gentío. Mejor dicho: en ellas. Estos son rituales de afirmación de los humillados. Mejor dicho: las humilladas.
Poquito a poco, el futbol de las mujeres ha ido ganando un espacio en los medios dedicados a la difusión de ese deporte de machos para machos, que no sabe qué hacer con esta imprevista invasión de tantas señoras y señoritas.
A nivel profesional, el desarrollo del futbol femenino encuentra, hoy por hoy, cierta resonancia. Pero no encuentra eco ninguno, o despierta ecos enemigos, en el juego que se practica por el puro placer de jugar.
En Nigeria, la selección femenina es un orgullo nacional. Disputa los primeros lugares en el mundo. Pero en el norte musulmán los hombres se oponen, porque el futbol invita a las doncellas a la depravación. Pero terminan por aceptarlo, porque el futbol es un pecado que puede otorgar fama y salvar a la familia de la pobreza. Si no fuera por el oro que promete el futbol profesional, los padres prohibirían esas ropas indecentes impuestas por un satánico deporte que deja a las mujeres estériles, por lesión de juego o castigo de Alá.
En Zanzíbar y en Sudán, los hermanos varones, custodios del honor de la familia, castigan con palizas esta loca manía de sus hermanas que se creen hombres capaces de patear una pelota y que cometen el sacrilegio de descubrir el cuerpo. El futbol, cosa de machos, niega a las mujeres campos de entrenamiento y de juego. Los hombres se niegan a jugar contra las mujeres. Por respeto a la tradición religiosa, dicen. Puede ser. Además, ocurre que cada vez que juegan, pierden.
 
En Bolivia, al otro lado del mar, no hay problema. Las mujeres juegan al futbol, en los pueblos del altiplano, sin desnudar sus numerosas polleras. Se meten encima una camiseta de colores y ahí nomás se ponen a hacer goles. Cada partido es una fiesta. El futbol es un espacio de libertad abierto a las mujeres llenas de hijos, abrumadas por el trabajo esclavo en la tierra y los telares, sometidas a las frecuentes palizas de sus maridos borrachos. Juegan descalzas. Cada equipo triunfante recibe de premio una oveja. El equipo derrotado, también. Estas mujeres silenciosas ríen a las carcajadas todo a lo largo del partido y después siguen muriéndose de la risa todo a lo largo del banquete. Festejan juntas, vencedoras y vencidas. Ningún hombre se atreve a meter la nariz.

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FUTBOL CON BALON EN LLAMAS

En Indonesia la práctica del futbol tiene una variación sumamente singular, pues el balón con el que se juega, un coco, se enciende para que el fuego y las llamas lo rodeen. Este manera de jugar al futbol tiene un elemento ritual y es casi exclusiva de la fecha en que alguien cumple años; asimismo, se lleva a cabo recubriendo previamente la piel con una mezcla de sal y hierbas para evitar las quemaduras. 
 

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